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1. El Fin de la Ilusión
Durante siglos, hemos creído que el mundo estaba compuesto por cosas separadas, que se movían como bolas en un inmenso campo de billar cósmico. La visión clásica de la realidad no solo moldeó la ciencia, sino también toda nuestra forma de pensar el mundo y a nosotros mismos. Pensábamos que el universo estaba hecho de objetos discretos — separados, locales, y completamente describibles por leyes deterministas. Esta visión, ya presente en germen en la filosofía griega antigua y cristalizada en la mecánica newtoniana, nos enseñó a comprender el mundo mediante el reduccionismo: explicar el todo dividiéndolo en partes. Nos dio herramientas poderosas, intuiciones profundas y un lenguaje de claridad y precisión.
Pero a medida que nuestro conocimiento avanzaba — primero con la relatividad, y luego de forma aún más radical con la teoría cuántica — la imagen clásica empezó a desmoronarse [1]. No se trataba solo de que las partículas pudieran comportarse como ondas, o de que las probabilidades reemplazaran las certezas. Se trataba del reconocimiento de que el concepto mismo de sistema aislado podía ser fundamentalmente erróneo.
En el mundo cuántico, los sistemas están entrelazados (entangled), las identidades son contextuales, y los límites que trazamos son a menudo provisorios. Sea cual sea nuestra interpretación favorita — Copenhague, Muchos Mundos, onda piloto u otra [2] — todas comparten un hilo conductor: la visión clásica es, en el mejor de los casos, una aproximación, un caso especial, no toda la historia. En el peor, no es más que una ilusión.
2. ¿Qué queremos decir con “Clásico”?
Para comprender qué significa ir más allá de la visión clásica, primero debemos aclarar qué representa realmente.
En física, lo "clásico" se refiere a un conjunto de supuestos y principios que han moldeado nuestra concepción de la naturaleza desde Galileo y Newton hasta comienzos del siglo XX. Estos supuestos están tan profundamente arraigados que aún hoy siguen estando ampliamente presentes en la comunidad científica, y a menudo persisten incluso en quienes utilizan marcos teóricos más recientes, resistiendo los principios no clásicos. No es casualidad que, a pesar de que el desarrollo de la ciencia ha dado lugar a la física cuántica —que ha demostrado una capacidad predictiva enormemente superior a la de la física clásica—, esta última todavía sea considerada en muchos casos como un simple artefacto matemático útil, con implicaciones conceptuales problemáticas y difíciles de conciliar con la intuición común.
En el fondo, la física clásica presupone que el universo está compuesto por objetos bien definidos, que se mueven en el espacio y el tiempo según leyes deterministas. Si conoces las condiciones iniciales de un sistema —posiciones, velocidades, fuerzas— puedes, en principio, predecir su futuro de forma indefinida. Este es el legado del determinismo.
A esto se asocia estrechamente la hipótesis de localidad: los objetos solo se afectan mutuamente por contacto directo o a través de campos que se propagan por el espacio a velocidades finitas. Las interacciones están sujetas al espacio y al tiempo, y nada puede influir instantáneamente a distancia.
Le sigue el principio de separabilidad: la convicción de que un sistema puede dividirse en partes independientes, y que esas partes tienen propiedades intrínsecas, independientemente de lo que exista en el resto del universo.
Finalmente, la objetividad: la idea de que el observador no juega ningún papel en el comportamiento del sistema observado — que el universo "allá afuera" existe de forma definida, independientemente de si es observado o no.
Estos principios no solo han influido en los libros de física. Han inspirado el diseño de máquinas, economías, sistemas educativos, ideologías. La Revolución Industrial se basó en ellos. Al igual que la burocracia, el derecho y la computación moderna. La visión clásica del mundo es una visión de control, previsibilidad y fragmentación — un mundo descomponible en partes es más fácil de gestionar.
Pero con el tiempo, aparecieron grietas. La termodinámica reveló una flecha del tiempo, una irreversibilidad intrínseca difícil de reconciliar con la mecánica newtoniana [3]. La teoría del caos, nacida dentro de la misma física clásica, mostró cómo los sistemas deterministas pueden ser impredecibles en la teoría y en la práctica [4]. Y la física cuántica, de forma aún más radical, cuestionó la idea de que los sistemas físicos poseen propiedades definidas independientemente del modo en que se miden — sugiriendo en cambio que los resultados emergen de una interacción entre el sistema, el contexto y el proceso de medición.
En resumen, los supuestos de determinismo, localidad, separabilidad y objetividad siguen siendo válidos en ciertos ámbitos — sistemas macroscópicos, de baja energía, débilmente entrelazados — pero no son fundamentales. Y si no son fundamentales, debemos preguntarnos: ¿qué hay debajo? ¿Qué los reemplaza cuando fallan?
Es aquí donde entra en juego la teoría cuántica — no solo como una "mejor física", sino como una invitación a repensar toda la arquitectura de nuestra comprensión del mundo.
3. El Giro Cuántico: ¿Qué Realidad es Esta?
A medida que los fundamentos de la física clásica comenzaban a ceder bajo el peso de nuevos fenómenos, emergió un marco radicalmente nuevo — la Mecánica Cuántica — no como una extensión de la visión anterior, sino como una profunda reconfiguración de lo que significa describir la realidad.
La mecánica cuántica introdujo un vocabulario que desafiaba la intuición clásica. La superposición nos dice que un sistema puede existir en varios estados a la vez, incluso si parecen contradictorios — hasta que una interacción provoca un resultado específico. El entrelazamiento revela que el estado de un sistema puede estar correlacionado con el de otro de tal manera que desafía cualquier explicación basada en propiedades locales e independientes. El principio de indeterminación implica que no todas las magnitudes observables pueden definirse con precisión al mismo tiempo: cuanto más sabemos de una, menos podemos saber de otra. Y la no-localidad, puesta en evidencia por la violación de las desigualdades de Bell, demuestra que ninguna teoría basada en variables ocultas locales puede reproducir todas las predicciones de la mecánica cuántica.
Lo que une estas características no es solo su rareza, sino sus implicaciones sistémicas. En la teoría cuántica, los sistemas no pueden entenderse completamente en aislamiento1. Sus propiedades emergen a través de relaciones — con otros sistemas, con los instrumentos de medición y con el contexto más amplio en el que están inmersos. El supuesto de independencia, tan central en la visión clásica del mundo, da paso a un marco basado en la interacción y la correlación.
Además, la teoría cuántica cuestiona el ideal del conocimiento perfecto. Donde la mecánica clásica prometía certeza siempre que se tuviera suficiente información, la mecánica cuántica solo ofrece probabilidades — no por ignorancia, sino como una característica intrínseca de la teoría misma. No se trata de azar en el sentido habitual, sino de una estructura rigurosa que resiste las explicaciones clásicas [5].
El punto de inflexión decisivo llegó con el teorema de Bell, en 1964. Bell demostró que si una teoría física asume tanto que las influencias no pueden viajar más rápido que la luz (localidad) como que las propiedades físicas existen con valores definidos antes de la medición (realismo), entonces debe respetar ciertos límites matemáticos conocidos como desigualdades de Bell. Los experimentos — desde los de Aspect en los años 80, y cada vez más sofisticados — violaron estas desigualdades, confirmando la realidad de la no-localidad [6]. Aunque el debate sobre la interpretación continúa, el veredicto empírico es claro: las correlaciones cuánticas son reales, robustas e irreductibles a términos clásicos. Y eso ya es un hecho enorme.
Este es el giro cuántico: un cambio no solo en nuestras ecuaciones, sino en nuestra visión del mundo. La imagen de un mundo hecho de partes separadas y determinadas da paso a un mundo de totalidades entrelazadas, propiedades emergentes e incertidumbre intrínseca. Es un mundo donde el observador y lo observado no pueden separarse de manera absoluta, y donde lo que es real puede no coincidir siempre con lo que es medible.
Que esta nueva realidad nos parezca extraña o simplemente poco familiar depende de cuánto sigamos atados a las lentes clásicas. Pero lo que cada vez resulta más evidente es que esas lentes — por muy útiles, poderosas y aún eficaces que sean en muchos ámbitos — ya no bastan para describir los cimientos del mundo físico.
4. Más allá de la Física
Durante gran parte del siglo XX, la teoría cuántica fue considerada como una teoría del mundo infinitamente pequeño —electrones, átomos y partículas subatómicas. Era el mecanismo extraño detrás del telón, oculto al mundo “ordinario” por las reconfortantes regularidades del comportamiento clásico. Pero en las últimas décadas, esta visión ha ido erosionándose progresivamente. Estamos empezando a comprender que los principios cuánticos no se aplican solo a condiciones exóticas de laboratorio en el mundo atómico y subatómico, sino que podrían ser fundamentales para entender la vida, la inteligencia natural y la información misma.
Información y Computación Cuántica
Quizás la idea unificadora más profunda surgida en las últimas décadas es que la información en sí es una magnitud física, y que en el dominio cuántico se comporta de formas radicalmente nuevas. La teoría de la información cuántica nos ha proporcionado herramientas para describir cómo la información puede almacenarse, transmitirse y protegerse en sistemas que obedecen las leyes cuánticas [7]. De aquí derivan tecnologías como la criptografía cuántica, que en principio es inmune a las interceptaciones —no porque sea demasiado compleja para romperse, sino porque cualquier intento de observación altera irreversiblemente el sistema.
En la memoria cuántica y en las redes cuánticas, se vislumbra el futuro de la comunicación —no solo más rápida o segura, sino basada en principios fundamentalmente nuevos como la coherencia, el entrelazamiento y la contextualidad.
Tomemos como ejemplo la computación cuántica. A diferencia de los ordenadores clásicos, que procesan información como secuencias de 0 y 1, los ordenadores cuánticos utilizan qubits —los bits cuánticos pueden existir en superposición de estados. Aún más potente es el hecho de que los qubits pueden estar entrelazados, es decir, correlacionarse de formas que ningún sistema clásico puede replicar. El resultado es una forma de cálculo que no sigue un único camino decisional, sino que explora múltiples trayectorias simultáneamente, con la interferencia cuántica guiando el resultado final.
No se trata simplemente de “computación más rápida”. Es un paradigma cualitativamente distinto de resolución de problemas, adecuado para la optimización, la simulación compleja, la criptografía avanzada [8] e incluso para nuevas formas de inteligencia artificial.
Biología Cuántica
En las ciencias de la vida se está produciendo una revolución silenciosa. La biología cuántica sugiere que los efectos cuánticos —antes considerados demasiado frágiles para el entorno cálido y húmedo de la célula— podrían desempeñar un papel en algunos de los procesos fundamentales de la vida. Experimentos sugieren la presencia de coherencia cuántica en la fotosíntesis, donde la energía parece transferirse entre moléculas no mediante saltos aleatorios, sino a través de interferencias ondulatorias que optimizan el flujo energético [9].
Del mismo modo, en el olfato, el túnel cuántico podría permitir a los receptores distinguir entre moléculas no solo por su forma, sino también por su espectro vibracional [10].
De manera aún más controvertida, algunos han propuesto que la cognición misma podría involucrar procesos cuánticos, aunque estas ideas siguen siendo altamente especulativas y objeto de intenso debate [11][12].
Mucho antes de muchos de estos resultados experimentales, el trabajo teórico pionero de Emilio Del Giudice y Giuseppe Vitiello estableció fundamentos conceptuales clave. Basándose en un modelo teórico de la teoría cuántica de campos2, propusieron que los campos electromagnéticos coherentes juegan un papel esencial en la autoorganización biológica, en particular en el agua. Su investigación introdujo el concepto de dominios de coherencia, es decir, regiones en el agua líquida donde las moléculas oscilan en fase gracias a correlaciones de largo alcance, dando lugar a comportamientos colectivos más allá de las descripciones clásicas.
En su artículo de 1995 [13], Del Giudice y Preparata argumentaban que las estructuras biológicas pueden surgir mediante interacciones mediadas por campos, siendo el agua no solo un solvente pasivo, sino un medio cuántico activo capaz de sostener la coherencia en los sistemas celulares.
Al mismo tiempo, por ejemplo en [14], Giuseppe Vitiello exploró cómo la coherencia cuántica y la ruptura espontánea de simetría podrían estar en la base no solo del orden biológico, sino también de la memoria y la cognición, subrayando la importancia de un enfoque basado en campos para el estudio de los sistemas vivos.
El punto crucial es este: la vida, en sus expresiones más sofisticadas, podría aprovechar las estructuras cuánticas no a pesar de su fragilidad, sino precisamente por su capacidad de conexión sutil y coordinación eficiente —características que reflejan los comportamientos no clásicos observados en los sistemas cuánticos. Desde esta perspectiva, la biología no resistiría las leyes cuánticas, sino que las expresaría en formas nuevas y emergentes.
Teoría Cuántica de la Decisión
Otro ámbito en el que la teoría cuántica está revolucionando silenciosamente el pensamiento es el de la ciencia de la decisión y la modelización cognitiva. La teoría clásica de la decisión asume que las personas toman decisiones evaluando probabilidades y utilidades de forma racional e independiente del contexto. Pero la investigación empírica ha demostrado que las decisiones reales casi nunca siguen esa lógica: dependen del contexto, de la secuencia, de la formulación (framing), y están sujetas a efectos de interferencia que recuerdan a fenómenos de la mecánica cuántica.
Como respuesta, se han desarrollado modelos cuánticos de la cognición [15] y de la toma de decisiones, en los que los estados mentales se representan en espacios de Hilbert, y las elecciones emergen a través de proyecciones, análogas a las mediciones cuánticas. Estos modelos han explicado con éxito anomalías como los efectos de orden en encuestas, las falacias de conjunción y disyunción, y las violaciones del principio de certeza (sure-thing principle), donde la teoría clásica de la probabilidad fracasa.
Lo que hace poderoso este enfoque no es la idea literal de que el cerebro sea un ordenador cuántico, sino el hecho de que las estructuras matemáticas de la teoría cuántica ofrecen un lenguaje más adecuado para modelar una cognición sensible al contexto.
Esta línea de investigación sugiere que las características fundamentales de la teoría cuántica — superposición, contextualidad, entrelazamiento — pueden ofrecer no solo ideas sobre el mundo físico, sino también sobre la estructura del pensamiento, el juicio y la percepción, ayudando a cerrar la brecha entre los modelos formales y la riqueza de la experiencia humana.
5. Un Cambio de Metáfora: De las Máquinas a los Sistemas
Como hemos argumentado, la metáfora dominante para comprender el mundo ha sido la de la máquina. La naturaleza fue imaginada como un conjunto de piezas: engranajes, palancas y ruedas — cada una con una función, actuando de forma independiente, todas coordinadas por reglas externas. Esta imagen, inspirada por el éxito de la mecánica clásica, moldeó no solo la ciencia, sino también nuestras tecnologías, economías, instituciones y, en última instancia, nuestra forma de entendernos como seres humanos.
Pero la teoría cuántica nos obliga a pensar de otra manera. Revela un mundo no hecho de partes aisladas, sino de relaciones, procesos y patrones de entrelazamiento. Las entidades, en la teoría cuántica, no existen en estados fijos y autosuficientes, sino en estados de potencialidad —estados definidos en relación con otros sistemas, en contextos específicos, y que cambian cuando esos contextos cambian.
Este cambio no es solo académico. Representa una transformación profunda en nuestra manera metafórica de pensar el mundo [16] — del pensamiento por partes al pensamiento por totalidades, de la causalidad a la correlación, del control a la interacción. El pensamiento cuántico nos invita a reemplazar la metáfora de la máquina con la del sistema: una red de interdependencias, bucles de retroalimentación y comportamientos emergentes [17]. En estos sistemas, el todo es más que la suma de las partes, y comprender una parte requiere entender la red a la que pertenece.
De la Física a la Práctica Sistémica
En nuestro tiempo, este cambio de metáfora ya no es una opción: es una necesidad urgente. Las crisis que enfrentamos hoy —cambio climático, pérdida de biodiversidad, desigualdad global, declive sistémico de la salud mental, tensiones geopolíticas— no son problemas de piezas defectuosas, sino de conexiones frágiles. Son los síntomas de una civilización que ha tratado al mundo como modular, fragmentable y dominable. Pero el planeta, como el mundo cuántico, no es clásico.
La sostenibilidad, por ejemplo, no puede diseñarse con intervenciones lineales. Requiere un pensamiento sistémico: reconocer retroalimentaciones, umbrales, correlaciones de largo alcance. Los ecosistemas no obedecen a un mando central: se autoorganizan. Así deben hacerlo nuestras estrategias para la salud del planeta y la gobernanza global.
De manera análoga, en la salud mental, la búsqueda reduccionista de causas aisladas ha fallado a menudo en captar la complejidad de la experiencia humana. Traumas, cognición, emociones y entorno forman redes de retroalimentación cuyo comportamiento se asemeja más a sistemas no lineales y probabilísticos que a cadenas clásicas de causa-efecto. Esto abre el camino a nuevas modalidades de tratamiento, más humanas y sensibles.
Incluso en economía, la ilusión de agentes independientes que maximizan su utilidad está dando paso a una visión más rica: una en la que contexto, historia y entrelazamiento de decisiones moldean el comportamiento. Los mercados no son relojes: son ecosistemas adaptativos y dinámicos.
Y en la gobernanza y la colaboración, la lógica clásica de los juegos de suma cero —donde la ganancia de uno es la pérdida de otro— se está mostrando desastrosamente inadecuada. Vivimos en un mundo entrelazado, donde ninguna nación, institución o especie opera realmente en aislamiento. Lo que la teoría cuántica sugiere, de la forma más profunda, es que la independencia es una ilusión, y que el vínculo mutuo es una condición para la coherencia, no una limitación.
Un Nuevo Sistema Operativo para la Civilización
Acoger este cambio requiere más que conocimiento científico: requiere un cambio de estilo cognitivo, en el diseño institucional y en la imaginación cultural. Nuestros modelos, políticas y metáforas deben reflejar una realidad en la que cada observador importa, los límites son fluidos, y la estabilidad nace de la interacción, no del aislamiento.
Esto no es una invocación al misticismo, sino un llamado a un realismo más profundo —un realismo que tome en serio el entrelazamiento, la emergencia y la interdependencia. En la era de la complejidad, el pensamiento cuántico ofrece más que una teoría del mundo microscópico: ofrece una base conceptual para vivir, pensar y gobernar en un mundo interconectado.
6. Entonces, ¿el mundo es cuántico?
Hemos visto cómo la teoría cuántica cuestiona los fundamentos del pensamiento clásico e inspira nuevos paradigmas en muchas disciplinas — desde la computación hasta la biología, desde la cognición hasta la gobernanza. Pero en medio de esta creciente influencia, permanece una pregunta importante y profundamente humilde: ¿el mundo es intrínsecamente cuántico?
No es una pregunta con una respuesta definitiva. Desde cierto punto de vista, la teoría cuántica es indiscutiblemente el modelo predictivo más exitoso en la historia de la ciencia. Está en la base del comportamiento de la materia y la energía a nivel atómico y subatómico, impulsa nuestros semiconductores, láseres, tecnologías de imagen médica, y supera pruebas experimentales con una precisión extraordinaria.
Pero, ¿la física cuántica realmente describe el mundo “tal como es”? ¿O es simplemente la mejor herramienta que tenemos actualmente para organizar nuestras observaciones? Esta sigue siendo una cuestión de debate profundo y legítimo.
Algunos sostienen que la teoría cuántica es universal, que se aplica a todos los sistemas físicos, sin importar su escala. En esta visión, el mundo clásico emerge como una aproximación —un límite de la dinámica cuántica cuando se descartan los efectos de interferencia. Esta perspectiva está respaldada por evidencias experimentales crecientes que demuestran cómo fenómenos cuánticos como la superposición y el entrelazamiento pueden mantenerse en sistemas cada vez más grandes y complejos, difuminando la distinción entre clásico y cuántico.
Otros, sin embargo, consideran que la mecánica cuántica es incompleta —un límite de baja energía o resolución gruesa de una teoría más profunda y aún desconocida. Enfoques hacia la gravedad cuántica [18], como la teoría de cuerdas [19] o la constructor theory [20], sugieren que el espacio, el tiempo y tal vez la propia mecánica cuántica puedan ser fenómenos emergentes, y no fundamentales. Otros exploran modelos ontológicos en los que la causalidad, la información o incluso la conciencia juegan un papel en la estructura cuántica de la realidad.
Y luego están las preguntas más fascinantes, aquellas que cruzan todas las disciplinas: ¿“Cuántico” es solo una etiqueta para describir la materia, o es una lógica de interacción, un principio de organización que se vuelve útil siempre que los sistemas se vuelven complejos, relacionales y autorreferenciales? ¿Las ideas cuánticas podrían aplicarse no solo a partículas y campos, sino también a ecosistemas, economías y mentes?
Estas preguntas siguen abiertas, a pesar de las posturas personales de cada uno. Pero una conclusión se vuelve cada vez más difícil de evitar: el mundo no es clásico. Los supuestos que definían la física clásica —localidad, separabilidad, objetividad— no se mantienen en los niveles más profundos de la realidad. Que el mundo sea cuántico o algo aún más sutil, ciertamente no es lo que el pensamiento clásico había asumido.
Y esta toma de conciencia tiene implicaciones profundas. Significa que nuestros modelos —de la naturaleza, de la sociedad, del conocimiento e incluso de la identidad personal— deben evolucionar. Si el universo no es una máquina de piezas separadas, sino una red de relaciones dinámicas, ¿cómo podría cambiar nuestra manera de pensar, diseñar y vivir para reflejar esta realidad? ¿Qué sucede cuando construimos tecnologías, instituciones y culturas que adoptan la interdependencia, la contextualidad, la autoorganización y la coherencia como principios fundamentales?
Puede que aún no conozcamos la teoría final. Pero ya vivimos en otro mundo — uno que nos invita a una nueva forma de ver, y de ser.
7. Repensar la Realidad
Para construir el futuro, debemos comenzar por revisitar la historia que nos contamos sobre el mundo. Y resulta que esa historia ya no es la historia de las máquinas.
Vivimos en un momento de punto de inflexión —no solo en la ciencia, sino en la visión general del mundo. La narrativa clásica, con todos sus logros pasados, ya no es suficiente. Nos ofreció claridad, control, capacidad de cálculo. Pero también nos ha dejado como legado fragmentación, explotación y una peligrosa ilusión de separación —entre nosotros, del planeta, y de la estructura más profunda de la realidad misma.
La teoría cuántica, con todos sus paradojas y su profundidad, nos invita a cuestionar lo que damos por sentado: que los sistemas pueden aislarse, que las causas actúan en línea recta, que los observadores están separados, que la certeza es el estándar dorado del conocimiento. Estas suposiciones, en su momento, nos fueron útiles. Ahora nos limitan.
Repensar la realidad no es un ejercicio abstracto, es un acto necesario. Los sistemas en los que vivimos hoy —ecológicos, económicos, sociales y tecnológicos— están todos interconectados. Su comportamiento no puede entenderse, y mucho menos dirigirse, mediante el razonamiento lineal o el control clásico. Debemos aprender a pensar en términos de emergencia, coherencia, contexto e inteligencia relacional.
Y esto no es solo tarea de los científicos. Es una responsabilidad compartida: de líderes, diseñadores, educadores, responsables políticos, emprendedores y visionarios en cada campo. Si el mundo no está hecho de cosas, sino de procesos y relaciones, entonces todo lo que diseñamos —desde las ciudades hasta las reglas sociales, desde los algoritmos hasta las alianzas— debería reflejar esta realidad.
Pensar de forma cuántica no significa solo aceptar la incertidumbre. Significa reconocer que el significado es contextual, que el “todo” no está separado de las partes, y que el futuro está entrelazado con el pasado [21].
La revolución no es solo tecnológica. Es epistémica. Es cultural. Es una transición de fase de nuestra Civilización. Y comienza contando una nueva historia de la realidad — una historia que refleje el mundo en el que ahora sabemos que vivimos y el futuro que aún tenemos el poder de moldear.
Bibliografía
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[19] Smolin, L. (2006). The Trouble with Physics. Boston: Houghton Mifflin.
[20] Deutsch, D. (2012). Constructor Theory. arXiv preprint arXiv:1210.7439. Disponible en: https://doi.org/10.48550/arXiv.1210.7439
[21] Silvestrini, P. (2022). La Fisica Sincronica. Youcanprint. ISBN: 9791220371797.
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Obsérvese que la formulación matemática canónica de la mecánica cuántica se basa, en su forma más consolidada, en sistemas cerrados. La evolución es unitariamente determinista (a través de la ecuación de Schrödinger), la dinámica es reversible, y se supone el aislamiento del sistema respecto al entorno durante dicha evolución. Sin embargo, la teoría muestra que ningún sistema es realmente comprensible de forma aislada. Fenómenos como el entrelazamiento (entanglement) y la medición implican una dependencia estructural del contexto. En la práctica, todo sistema está abierto a las interacciones y definido por las relaciones que mantiene.
En condiciones no perturbativas, los sistemas cuánticos macroscópicos que interactúan de forma disipativa con el entorno no necesariamente sufren decoherencia. Por el contrario, una interacción fuerte y estructurada con el entorno puede dar lugar a fenómenos colectivos coherentes, que solo pueden describirse más allá del enfoque perturbativo. En tales escenarios, el entorno no actúa como un “ruido” destructivo, sino como un componente funcional del orden coherente del sistema. Tratar los sistemas como perturbativos en el límite clásico es una simplificación eficaz y pragmática, pero también refleja una forma particular de pensar: aquella en la que el orden, la separabilidad y la linealidad son las principales herramientas de comprensión. Sin embargo, la teoría cuántica de campos en regímenes no perturbativos nos invita a considerar la interacción no como una corrección marginal a un sistema ideal, sino como el origen mismo de las dinámicas y estructuras observables.